Mi amiga Marta me anunciaba hace ocho
meses que había empezado a salir con un surfero y que a su lado todo era
aventura, pasión y salitre en los rincones más insospechados. Me la imaginé
todo el día tomando al sol, con un bronceado perfecto y sin tener que recurrir
a esas mechas californianas artificiales, sintiéndose salvaje junto a un tórax
modelado por el embestir de las olas. “Qué suerte”, pensé entonces. Esta semana
volví a quedar con ella y me contó que ya no está con él. “Le puse un
ultimátum. O su tabla de surf o yo. Prefirió quedarse con su Longboard” me
explicaba resignada. Al parecer, ha acabado hasta los mismísimos de
levantarse a las siete de la mañana un domingo en pleno invierno con un tiempo
de perros para que su pareja se zambullese en un mar bajo cero, de viajar a
Francia o Portugal en todos sus puentes y vacaciones y de las conversaciones
monotemáticas acerca de tubos o 360.
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Bali. Indonesia. Daniel Sánchez Sanchis http://daninadphotos.blogspot.com.es/ |
Lo que a primera vista puede parecer apasionante, se convierte en una losa
si no compartes ese anhelo irrefrenable por la actividad en cuestión. Da lo
mismo que esta sea esgrima, aeromodelismo, bailes de salón, avistamiento de
pájaros, filatelia o alpinismo extremo. Los hobbies absorbentes, que terminan
siendo estilos de vida, por muy exóticos y estimulantes que se antojen,
suelen acabar con la relación más estable. Ahora Marta no
quiere ver la playa ni en pintura. Ha cambiado a su surfer por un intelectual gordito con gafas. Me cuenta que su nuevo
partenaire no le hace cabalgar en la cresta de la ola, pero que a cambio la
lleva al cine y al teatro, no se pierden un concierto y pasean los domingos por
el Jardín Botánico. Está más pálida, pero se le ve feliz.
Publicado en Las Provincias el 08/06/2012
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