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Foto: Mikel Ponce |
Cuando has acudido a muchas
comparecencias públicas, bien sea por inquietud intelectual, asistiendo a
cursos, debates y conferencias o bien debido a tu actividad profesional, uno
aprende rápido a distinguir quien se dirige al público porque no le queda más
remedio y quien disfruta enfrentándose al auditorio. En el primer caso están
los políticos, en cuyo ejercicio viene implícito hablarles a los ciudadanos y a
los medios de comunicación, a pesar de que en ocasiones sus capacidades para
ello sean nulas. En el otro extremo están los profesores, algunos profesionales
de la comunicación y algún que otro escritor. Respeto a cualquier persona que,
con un discurso coherente, salga a la palestra a defender sus tesis, aunque
naturalmente prefiero al segundo grupo que al primero. A lo largo de mi vida he
escuchado a mucha gente haciendo declaraciones, dando discursos o tratando de
explicarse.
Algunos dominaban la materia,
pero no el escenario; otros dialécticamente eran excepcionales pero sus teorías
se apoyaban sobre palillos. Pocas veces se conjugan ambas facultades. Cuando
eso ocurre, una se queda obnubilada escuchando ese ejemplar en vías de
extinción. Me pasó el lunes pasado con el escritor y ex columnista de LAS
PROVINCIAS Santiago Posteguillo que dio una charla en el Club de Encuentro
Manuel Broseta. Posteguillo ofreció una lección magistral donde combinaba un
conocimiento absoluto sobre historia y literatura con un ejercicio brillante de
dialéctica. El escritor valenciano es una de esas personas que consigue
despertar la curiosidad en el oyente. Eso, para un profesor debe ser lo más (él
lo es). Salí de allí desenado matricularme en filología inglesa en la UJI para
poder seguir escuchándole. De momento tendré que conformarme con leer la última
trilogía de Trajano.
Publicado en Las Provincias el 17/2/2017
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