“Ana, 56 años. Busca un hombre de
55 a 65 al que le guste bailar y pasear”. “Carmen, 62 años. Quiere conocer a un
hombre cariñoso y trabajador para amistad y lo que surja”. “Rafael, 75 años.
Quiere una mujer como máximo de 70 con la que rehacer su vida”. Así se iban sucediendo las peticiones que la
locutora leía en la única emisora que la radio del coche sintonizaba en ese
tramo de autovía rodeado por montañas. Quedé fascinada ante algunas de las
descripciones que hacían de sí mismos los propios postulantes, como uno que se
denominaba “realmente extraordinario” o alguna de las cualidades que muchas de
las mujeres requerían en los posibles pretendientes. Que fuese limpio era uno
de los requisitos más demandados por ellas, aunque también las había que exigía
que tuviera carnet y coche propio o que no fuera gordito.
No pudimos evitar soltar alguna
que otra carcajada mientras escuchábamos las solicitudes de esa especie de
agencia matrimonial detenida en el tiempo. Una red de contactos del siglo
pasado al que todavía acuden muchas personas que, por edad, educación o medios,
se han quedado fuera de la revolución tecnológica y por tanto, de lo que hoy
consideramos la sociedad avanzada. Una vez pasó el momento inicial de
cachondeo, me pareció demoledora la soledad que desprendían algunas de estos
breves mensajes lanzados a las ondas. Hijos que se desentienden, nietos que
solo hacen una breve visita en Navidad, gente que simplemente nunca tuvo a
nadie. La soledad mata más que el cáncer, escuchaba hace no mucho en una
conferencia. Me entristeció pensar en esas llamadas de auxilio. Y sin embargo,
me pareció maravilloso que un señor de 75 años todavía tenga fuerzas para seguir
buscando una persona con la que rehacer su vida. Espero que la encuentre.
Publicado en Las Provincias el 25/7/2014
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