Me sentí un poco imbécil el
pasado domingo. Lo que prometía ser una estampa irrepetible y unas fotos para
enseñar a los nietos derivó en una especie de avalancha dominguera que
desvirtuó por completo mi idea inicial. La furia de la tormenta de días previos
nos dejó una imagen propia de una superproducción hollywoodiense y dos enormes
buques a tan solo 40 metros de la orilla daban fe de que la fuerza de la
naturaleza es implacable. Quise verlo en vivo, sin caer en la cuenta de que
miles de personas habían pensado lo mismo. Tardamos una hora en recorrer los
escasos 12 kilómetros que separan la ciudad de la playa. Después de dejar el
coche prácticamente encima de un pino, nos dirigimos hacia los barcos en una
suerte de romería en la que familias enteras con carritos, abuelas, abuelos y
mascotas comentaban la jugada. Dados los comentarios, parecía que todos los allí
presentes eran ingenieros aeronáuticos y tenían la solución para devolver los
mastodontes flotantes a sus profundas aguas.
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Foto de Elperiodico.com |
La escena me recordó a esa gran peli de Billy Wilder llamada El Gran Carnaval en el que Kirk Douglas encarna a un periodista sin escrúpulos que, ávido
por escribir la noticia de su vida, hace lo posible para alargar el rescate de
un hombre atrapado en una mina. Miles de visitantes y turistas se acercan hasta
allí desde todos los puntos del país para seguir de cerca el suceso que termina
convirtiéndose en un circo, con atracciones feriales y puestos de comida
incluidos. En la playa de El Saler sólo faltaba
que se cobrara entrada y se vendieran suvenires. Es la cultura del espectáculo,
esa que hace que una charla de un filósofo esté medio vacía y en un partido de
fútbol no quepa un alfiler. Pasen y vean.
Publicado en Las Provincias el 5/10/2012
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