Una ya no se imagina la vida sin
Internet. La manera de comprar, de ver la tele, de leer el periódico, de ligar,
jugar, relacionarnos o hacer fotografías ya no es la misma que hace diez años.
También la forma de viajar ha dado un giro de 180 grados. Si entonces querías perderte
en un país lejano y exótico, estabas a expensas de los paquetes vacacionales
que te ofrecía la agencia de viajes y solo los más aventureros osaban a comprar
el billete de avión sin más información que una destartalada guía.
Afortunadamente para los que huimos del turismo del todo incluido, hoy la Red permite
diseñar un viaje hecho a medida en el que puedas escabullirte de los lugares
más concurridos. Pero todo tiene un precio. Ante el exceso informativo, el
factor sorpresa queda ahora relegado a las simas de la imaginación.
Llevo algo más de un mes
organizando un viaje a uno de esos países remotos. Durante este tiempo he
consultado centenares de blogs, he hablado con media docena de amigos que ya han
visitado esas tierras, he visto varios programas de viajeros por el mundo, he
comparado decenas de alojamientos en las webs de críticas de viajes y he leído
los comentarios de mucha gente que narra su periplo en los foros. No soy tan
necia de añorar tiempos pasados, pero no puedo evitar que me invada un soplo de
romanticismo al imaginar cómo serían las reacciones y sensaciones del viajero
que llegaba a un país con la información justa y la mente sin contaminar. Menos
mal que la realidad supera siempre cualquier testimonio gráfico y que en todo
viaje hay contratiempos que nunca podrá solventar ni el más más avanzado HAL9000.
Publicado en Las Provincias el 14/09/2012
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