lunes, 29 de agosto de 2011

LA DISCRIMINACIÓN DEL NÚMERO UNO

El mundo, en general, es mucho más sencillo para las parejas. No importa quienes formen los elementos de ese dueto ni el parentesco que compartan. La unión puede ser filial, amistosa, familiar, amorosa o contractual. El caso es que los equipos de dos se enfrentan a la vida con mayores comodidades que aquellas que, por decisión propia o ajena, se encuentran desparejadas como los calcetines. Regreso de pasar unas estupendas vacaciones en un bello país centroamericano en el que he podido constatar en primera persona esa discriminación del número impar. 
 
Ya en el avión me tocó pasar las 11 horas de vuelo separada de mis compañeros. Tampoco los hoteles parecen entender que las habitaciones de tres son efectivamente para tres. Durante los 15 días que duró el viaje en ninguno de los hoteles en los que nos hospedamos, tuvieron el detalle de dejarme toallas en el baño en la habitación que compartí con otra pareja. Tampoco la aventura está hecha para singles. En nuestro periplo por la selva, nos lanzamos en tirolina sobre las copas de los árboles para admirar la belleza de una vegetación abrumadora, pero de nuevo había que lanzarse en pareja. Pensé que igual tenía suerte y me tocaba enroscar mis piernas con algún turista solitario y cachas, pero no, me tocó hacer la travesía con un niño gordito al que le estaba saliendo su primer bigote. Por último, en una paradisiaca playa del Pacífico nos ofrecieron una deliciosa comida a elegir entre mariscada, langosta o pescado para dos. Harta de que la soltería no sea una condición apreciada por la sociedad, decidí comerme yo solita el crustáceo. En ese momento me di cuenta que no era tan malo tener que jugar en la categoría individual. 
 
 
Publicado en Las Provincias el 12/08/2011

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