viernes, 20 de marzo de 2015

CHURROS O BUÑUELOS



Tengo un amigo húngaro que después de la cuarta cerveza, el tercer vino o el segundo gin-tonic, lanza su teoría acerca de la fragmentación de la naturaleza humana. Para él, el mundo se divide en dos. Los que sí y los que no, lo que van a algún sitio y los que no van a ninguna parte, los tolerantes y los intolerantes, clasificación esta última que considera esencial, definiéndose él mismo como un tolerante absoluto. Más allá de consideraciones etílico filosóficas, es cierto que la posición del hombre frente al mundo suele segmentarse en dos. Los que lo observan con la nostalgia del blanco y negro y los que lo perciben con el optimismo del  tecnicolor, los que eligen la brisa marina y los que optan por el aroma silvestre de la montaña, los hinchas del fútbol y los seguidores del baloncesto, los amantes de Mad Men y los defensores de Los Soprano. García Márquez o Vargas Llosa,  cañas o barro, churros o buñuelos, pechos sugerentes o trasero turgente, vino o cerveza, los Beatles o los Rolling.


Aunque estas posiciones se rellenen con matices, benditos matices en algunas ocasiones y desafortunados en otras, siempre se está más próximo a un extremo u otro. Leía hace poco una entrevista a una escritora española que se mostraba orgullosa de no haberse significado nunca hacia ningún lado de la política.  No me siento representada, decía. Como muchos de nosotros, imagino. No hace falta apoyar de forma explícita ningunas siglas para exponer tu postura ante ciertos asuntos. Desconfío de la gente opaca que no sabes hacia donde se dirige. En la vida, hay que mojarse y elegir, aunque luego uno se contradiga, como mi amigo húngaro que siempre acaba la noche defendiendo que dentro de su postura de tolerancia máxima lo único que no puede tolerar es la intolerancia.

Publicado en Las Provincias el 20/3/2015

viernes, 13 de marzo de 2015

PROHIBIDOS LOS PALOS



El Palacio de Versalles ya los ha prohibido y tanto el Pompidou como el Louvre lo están estudiando. París no es la única ciudad que ha comenzado a regular el uso de los palos para hacerse selfies con el móvil. En Washington han vetado su entrada en 19 museos, una decisión que ya adoptaron el MOMA y el Guggenheim de Nueva York, el Museo de Bellas Artes de Boston o el J. Paul Getty de Los Ángeles. Lo hacen para proteger las obras y de paso tratar de que ningún visitante le saque el ojo a otro mientras intenta inmortalizar su careto junto a la Gioconda. Me parece bien. Si ya es tedioso esperar a que el grupo de jubilados o estudiantes al completo posen ante la pintura o escultura de turno, el dichoso palo solo hace que multiplicar el tiempo de exposición que te impide contemplar el trabajo de los artistas con tranquilidad.


El palito se ha convertido en complemento imprescindible de turistas y extensión indispensable en cualquier tipo de fiesta. La moda de los selfies con la que cada día inundamos las redes sociales ya son buena muestra del exceso de exhibicionismo de nuestros cada vez mayores egos,  pero través del palo, damos todavía más rienda suelta a nuestro narcisismo. Los portadores del palo lucen el gadgetobrazo de su vanidad plasmando su vida en imágenes, normalmente de mala calidad,  que les reafirman en la certeza de que si no hay documento gráfico que lo certifique, es que ese momento no ha existido, o al menos no ha sido relevante. El palo, además, perjudica las relaciones sociales. Si les gusta viajar, sabrán que una de las formas más fáciles de entablar conversación con otro viajero es pedirle que nos haga una foto. En un mundo lleno de palos, estamos abocados a olvidar que el objeto de nuestro retrato no deberíamos ser nosotros sino lo que nos rodea. 

Publicado en Las Provincias el 13/03/2015

viernes, 6 de marzo de 2015

MEMES Y MEMECES



Me pregunto muchas veces por el origen de ese fenómeno conocido popularmente como memes que inunda el mundo virtual en el que vivimos haciendo mofa de cualquier asunto que en ese momento se encuentre en el candelero. Montajes de fotografías, algunas básicas y otras muy curradas; remixes de canciones o vídeos que acaban siendo el centro de atención de cualquier encuentro entre amigos, incluso aplicaciones móviles con muchas horas de trabajo detrás con las que puedes convertirte en zombi o hacerte una fotografía junto al pequeño Nicolás. En cuanto hay algún tema al que se le puede sacar punta, se pone en marcha la maquinaria y en un tiempo récord, tu móvil, tu Facebook y tu cerebro se llenan de ese material efímero resultante de pasar la actualidad por el tamiz del humor y el sarcasmo. Puede ser basura digital que durará lo que se tarda en presionar la tecla de borrado, pero en ocasiones, son auténticas muestras de ingenio. 

Me asombra que solo media hora después de que la alcaldesa destrozase el diccionari de la llengua valenciana, las redes sociales se hubiesen apropiado del término caloret  produciendo en masa toda clase de chistes que se difundían como la pólvora, como si de un virus letal se tratase. La imputación de la Infanta, el ya citado Nicolás, el ministro griego Varoufakis, la proclamación de los Reyes, las famosas frases de Julio Iglesias o las 50 sombras de GreyL.  Nadie ni nada está a salvo de acabar convertido en un meme. ¿Quiénes son los responsables de hacerlo? ¿Por qué tienen tanto tiempo libre? ¿Cómo son tan rápidos? ¿Qué pasaría si dedicasen ese talento en hacer algo útil? y sobre todo ¿Cuánto tiempo productivo ganaríamos si desapareciesen? Sin ánimo de ser aguafiestas, puede que el PIB nacional se incrementase una o dos décimas.

Publicado en Las Provincias el 6/3/2015