viernes, 20 de enero de 2012

LA TABLET DE MI PADRE

La prensa escrita tiene los días contados. Es la cantinela que he venido escuchando desde que comencé la carrera de Periodismo hace ya 14 años. Yo, que siempre me sentí alejada de las teorías apocalípticas, nunca di crédito a tal afirmación. De igual forma que la aparición de la televisión no acabó con la radio, jamás pensé que Internet desbancaría esa deliciosa sensación que me produce saborear las historias que me brindan cada día los periódicos. No puedo imaginar un fin de semana, sentada en una terraza al sol y acompañada de una cerveza, sin que se desplieguen ante mí la radiografía de un mundo demasiado complicado para prescindir del análisis que hacen mis colegas periodistas.

Y sin embargo, puede que deba empezar a replantearme hacia donde se dirige el periodismo tradicional. Mi padre, un ávido lector de los periódicos de toda la vida, responde a la perfección a la definición de cibertarugo. Jamás ha buceado en Internet, no tiene muy claro que son Google y Facebook, y ni siquiera se ha aventurado nunca a mandar un SMS a través del móvil. Pero, quizá intuyendo lo que esta por venir, me ha pedido que le regale una tablet para leer la prensa. Al principio creí que se trataba de un capricho y no le hice mucho caso. Pero sigue insistiendo, dice que va a aprender, no sé si por temor a que algún día no muy lejano su lectura diaria se interrumpa o porque quiere adaptarse a los tiempos que corren. Yo, que sigo resistiéndome a sustituir el tacto del papel y el olor de la tinta por una aséptica pantalla, he decidido claudicar y lanzarme al ruedo. Eso sí, con infinita tristeza al constatar que aquella profecía que mantienen muchos no se encuentra tan alejada como pensaba.



Publicado en Las Provincias el 20/02/12

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